Por Rodrigo Álvarez
Oriunda de una acomodada
familia chaqueña, tempranamente María Avelina supo hacerse amiga del juez. A
los 22 años, la hoy furibunda defensora de la Constitución y las instituciones
de la República, fue nombrada asesora de la fiscalía en el Poder Judicial del
Chaco en febrero de 1979, gracias a un decreto firmado por el entonces
interventor de la provincia Gral. de Brigada Antonio Serrano. Durante su
intervención tuvo lugar lo que hoy se conoce como “masacre de Margarita Belén”,
donde se torturó y fusiló a 22 jóvenes militantes. Mientras miles de su misma
edad entregaban lo mejor de sí enfrentando a la dictadura, María Avelina ya
tenía palenque ande rascarse. En octubre de 1982, sin respetar la carrera
judicial, es ascendida a secretaria de la Procuración del Superior Tribunal de
Justicia chaqueño, cargo con jerarquía de juez de primera instancia. Faltaba un
año para el final de la dictadura genocida.
Según la denuncia que hiciera José Pirillo
–ex dueño del diario La Razón y ex socio del actual CEO del Grupo Clarín– Héctor
Magnetto le habría confesado que a sus hijos adoptados durante esos años
oscuros “se los había conseguido” María Avelina. Un guiño al poderoso.
Acaso este favor, explique tantos minutos de
aire en las distintas señales del monopolio mediático para una pitonisa. Blanca
Curi nunca tuvo ese privilegio. Tal vez porque no tuvo la perspicacia de María
Avelina de sintonizar el deseo de los núcleos de poder, como el capítulo en que
se escandaliza ante el cristo crucificado sobre un avión de los Estados Unidos,
exhibido por Ferrari justo al lado de la Iglesia donde comulga. Entonces María
Avelina deseosa de enjaular a tamaño León, vocifera su fe profanada en un guiño
cómplice hacia la jerarquía eclesiástica.
Así, con entera pantalla a su disposición,
María Avelina, crucifijo en pecho, surge como una de las protagonistas de la
telenovela política de estos años, y en su rol de vecina del mismo consorcio
aparece siempre enfurruñada con la de arriba, la mujer del tuerto. Memorable el
capítulo en que sugiere que lo mejor que le podría pasar a la de arriba “es un
buen divorcio. También podría quedar viuda, sería divino”. Tremendamente
cristiano su deseo. Nuevo guiño al gorilaje vernáculo.
En pleno conflicto del gobierno kirchnerista
con las entidades agropecuarias, reclamó: “dejen en paz al campo”, un guiño
sojero, un guiño también a su ex primer marido Enrique Santos presidente de la
Suciedad Rural de Chaco.
Para ganar cartel y rating televisivo,
despunta el vicio en quinieleras apuestas, donde silenciando la revelación de
la que se autodesigna portadora, profetiza días difíciles, sombríos,
apocalípticos. Números, cifras, fechas, referencias bíblicas, comparaciones con
modelos totalitarios, un vasto catalogo de profecías siempre acompañadas de una
excesivamente repetida e irritante guiñada de ojo para la cámara, pero…
¿A quien está destinado, en su calculada
intención, cuando abandona por un instante a su interlocutor ocasional para
mirar a cámara, cada guiño repetido hasta hacerse tic? Entendido como gesto de
complicidad, cabe preguntarse hacia qué o quiénes.
Lo que no se dice. El
intrigante espacio vacío abierto, a toda posibilidad, al libre cavilar de cada
cual, ahora contaminado por ese ojo que advierte pero no revela la secreta
videncia de la que es portador, hasta conseguir que un complaciente
entrevistador de turno al analizar la coyuntura le espete en cámara: “pero…
¿usted qué ve?”
El guiño, en conducción, es interpretado
como aviso de giro. De este modo si siempre es el mismo ojo, el derecho, el que
guiña, se da una insistente exacerbación del sentido de giro, un eterno girar
sobre la misma manzana, podrida. Hasta agotar la paciencia de los más
entusiastas seguidores del culebrón. Hasta fomentar la burla de los críticos
del folletín, memoriosos del cúmulo de vaticinios errados.
Una psicografía premonitoria parece animar
su obsesión por llegar a descansar sus sentaderas en el sillón de Rivadavia.
Despreocupada por su figura, María Avelina cree ser la protagonista del
profético dibujo que augura como salvadora de la patria a una mujer gorda.
Afortunadamente, hasta hoy, Parravicini le pifió.
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