Por Vaninas Escales
Hilda Chiche González de
Duhalde fue diputada y senadora de la nación pero el cargo que mejor le calzó
siempre fue el de primera dama porque Chiche es y será primero esposa. Su
ideología es su rol. Si José Narosky fue acusado alguna vez de feminista (sic)
por el aforismo “Una mujer puede ser cardo u orquídea, suele depender del
jardinero”, Chiche entiende que lo mejor de la mujer sale de tener un marido al
lado y de ser madre. La mujer completa es puntal de su familia. Sonríe el
telurismo reaccionario. Muestra satisfacción Francisco.
Un conocido político
porteño contaba que los Duhalde organizaban reuniones políticas en su casa con
gente de confianza, pero la casa estaba zonificada en grados de compañerismo.
Hasta el living de los Duhalde llegaban los cercanos pero estos no podían
acercarse al comedor, donde se ingresaba al segundo círculo de confianza y
estaba destinado a leales probados. Pero ni estos ni los anteriores ingresaban
a la cocina de la casa. La cocina era para los privilegiados, el entorno
cercano, los que eran como de la familia, con los que se sellaba un pacto
dándoles de comer de entrecasa. El conocido político vio el fin de su
crecimiento con los Duhalde cuando habiendo estado en la cocina, un día no lo
dejaron pasar del living. Simbología doméstica. Olfato de ama de casa.
Chiche hizo el camino de
lo privado a lo público llevando domesticidad y asistencialismo. Fue la cabeza
visible de una amplia red de punteras barriales que como eran esposas y madres
nadie llamaba punteras sino manzaneras. Decenas de miles de madres y comadres
que distribuían el Plan Vida, del Consejo Provincial de la Familia. Las
comadres asistían a los “niños por nacer” y a las embarazadas. Si manzanera
hace pensar en la fruta, que el sonido de la palabra no nos distraiga porque se
trata de su homófono: manzana se refiere al espacio urbano cercado por calles.
Las manzaneras fueron la versión de los 90 en la provincia de Buenos Aires de
los jefes de manzana del peronismo clásico. Chiche imprimió a sus punteras el
estilo de la Liga de Madres de Familia, el ala maternal desprendida en 1950 de
la Acción Católica, la voluntad política materializada de la Iglesia argentina.
Asistencialismo sacramental.
Chiche es un faro
negativo. Los faros son importantes, nos guían, sabemos para dónde queremos ir.
El faro negativo es “hacia allá no”. Es importante saber una cosa como la otra.
Ese faro llamado Chiche prescribe un tipo de mujer definida por su deber ser
una subjetividad sometida, ser madre, ser esposa, ser subsidiaria de opinión y
pensamiento. La mujer que vive para su familia, la que dice en las revistas
vulgaridades tales como “mi familia es mi mayor orgullo”. Chiche dijo que las
mujeres no estaban capacitadas para la política, pero fue algo apresurada su
afirmación. Ella misma fue herramienta política de su marido organizando un
importante clientelismo barrial.
Podemos perder tiempo
preguntándonos qué tipo de mujer es la que no sirve para la política según
Chiche y tratar de entender esa cabecita loca, llena de vapores de cocina e
instrumentalidad doméstica. Preferiría no hacerlo. Hay una regla sobre el
anacronismo en historia que dice que no se puede juzgar hechos del pasado con
términos que no existían en esa época. ¿Vamos a hablar de derechos civiles con
Chiche, que es una exponente del museo de cera previo al feminismo de la
segunda ola? Las estatuas del Grévin no razonan, no votan, van adonde las lleva
el dueño del museo. Chiche es como un “Enrique el antiguo”, por su boca habla otra
época. Lo que en Enrique y en Chiche invita a la risa es que lo dicen ahora, en
tiempo presente, que son extemporáneos. A reír, entonces, que afloren las
micropolíticas, ¿o nos vamos a tomar los chascarrillos en serio?
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