LA GRIETA DIGITAL 11

SEPTIEMBRE OCTUBRE 2013

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TODO NO (TN): LO QUE SERÍA UN CHISTE DE NO SER POR SU CARÁCTER TRÁGICO


 Por Mariano Pacheco
La historia de las luchas políticas en Argentina están atravesadas por los modos en que los sujetos sociales y políticos buscaron trasmitir sus ideas y acciones y “disputar sentido” con quienes intentaban todo el tiempo monopolizar la posibilidad de regir el comportamiento social. Durante la segunda mitad del siglo XX los “medios” fueron adquiriendo cada vez mayor poder, simbólico, pero también material. De allí que hoy en día el poder de las “empresas periodísticas” no radique solo en los sentidos que pueda imponer en la sociedad, sino también en los negocios que pueda o no realizar. El peronismo entendió bien y tempranamente esta tendencia, y los usos que se hicieron de la emisora de radio durante el primer y segundo gobierno constitucional de Juan Domingo Perón dan cuenta de ello. Con su violento derrocamiento, también sus enemigos dieron cuenta de que habían comprendido la importancia de la palabra escrita y oral, y hasta prohibieron la sola mención del “tirano depuesto” y su “difunta esposa”. Fue una de las primeras “muestras” de lo que podían los “profetas del odio”.
Con el auge de  las luchas populares y sus tendencias revolucionarias, la diputa por la comunicación se fue acentuando. En este “juego de encontrar linajes”, y “trazar genealogías” entre nuestras prácticas, nuestros pensamientos y deseos de hoy, con las generaciones que nos precedieron, no puede dejar de llamarme la atención que en la disruptiva década del 70, “junto con la idea de ocuparle militarmente los locales donde están instalados los medios de comunicación del enemigo, surge la idea de interferírselos”, como explica el Manual Radio Liberación TV de Montoneros. Manual en el que se explica que “a principios de la década del 70 nace la idea de interferir la onda de radio y televisión”, y que entonces se fabricó un pequeño trasmisor “que interfería el canal 13”.
 Las interferencias buscaban “romper el monopolio de la palabra” y “disputar sentido con las miradas hegemónicas”. Hoy en día las luchas políticas –circunscriptas a las reglas de las democracias formales– buscan otras formas de “romper el monopolio de la palabra” y “disputar sentido con las miradas hegemónicas”. Y en su camino se topan con los nuevos profetas del odio (el ejemplo de la actitud de la empresa Clarín ante la Ley de Medios es más que clara).
El Canal 13 y TN (que de hecho tienen en gran medida los mismos trabajadores de la prensa que, en su afán de estrellato aceptan gustosos ser super-explotados, corriendo de un estudio de televisión a otro), son uno de los mejores exponentes que hoy en día pueden encontrarse de los nuevos profetas del odio.
Por supuesto, como otros actores políticos, también la corporación Clarín comprendió que solo con el odio no se podía construir hegemonía y disputarla a los otros. Tal vez por eso, junto a su estrategia central de decir a todo que no, fue encontrando los modos de hacer su emisión un poco más llevadera.
Es que TN funciona como una especie de contracara del “asno” de Zaratustra. Nietzsche explica que el asno es el que dice a todo que sí, el que no puede decir no y, por lo tanto, afirma todo lo existente, sin capacidad de transformarlo. TN es ese reverso: el que dice no a todo lo que existe en la esfera de un gobierno con el cual parece haberse declarado una guerra sin cuartel. Y como el gobierno promovió una plataforma mediática de la “buena onda” (la capacidad de promover una mirada crítica de ese tipo de periodismo sería motivo de otro debate, de otro artículo), los profetas del Todo No se vieron en apuros.
Ellos también, entonces, sintieron que tenían que mostrar gente joven, no siempre enojada y capaz de reír (otra vez Nietzsche: “la fría risa del mercado”). De allí que, junto con las miradas catastróficas de los noticieros y los programas periodísticos centrales, hayan aparecido esas invenciones patéticas como el “Prende y apaga”. Patetismo que a veces, como olvidando que una cosa terminó y ha empezado la otra, “contamina” los espacios “serios”, sobre todo en horas de la madrugada, y entonces los intentos “por irse a dormir con una sonrisa” –según palabras de Lapegue- aparecen frente a la pantalla del televisor. Otras veces el negativismo del Todo No se intercala con momentos más distendidos, que así y todo no dejan de promover el odio. Como el pinocho de Código político, el programa conducido por Eduardo van der Kooy Julio Blanck (ese al que “se le pasó” una tapa del diario Clarín, como la del 27 de junio de 2002: “La crisis causó dos nuevas muertes”, y que ahora se presenta como el “campeón del periodismo crítico”) y otros patetismos que, de no ser porque sabemos cuánto pueden influir en los televidentes, nos harían morir de risa.
Claro que a veces la razón deja paso a la pasión, y uno no puede dejar de reírse a carcajadas (es como cuando se lo ve y se lo escucha a Eduardo Feinmann “peleando” con los muchachos y las chicas de los colegios secundarios de Buenos Aires que ocupan sus escuelas o cuando condena a los “drogones” y sus “charutos”).
Pero es una risa momentánea. Porque se sabe –hoy más que nunca– que hay que hacer un gran esfuerzo para no ser hablados cotidianamente por otros. Ya lo decía Martin Heidegger, allá por 1933: en el cotidiano, vivimos en “estado de interpretado”. Porque lo hablado “por” el habla traza círculos cada vez más anchos y toma un carácter de autoridad. “La cosa es así porque así se dice”, señala Heidegger en Ser y tiempo. Creemos comprender todo cuando en realidad repetimos aquello que “oímos”, o que “leímos”… en alguna parte. O que “vimos”, podríamos agregar nosotros hoy, asediados no sólo por la televisión sino por las de otras formas de invasión publicitaria. Estas “habladurías” y “escribidurías”, como raramente las llama este pensador alemán, determinan lo que se ve, y cómo se ve.
Por supuesto, no es sólo que haya sectores que nos mienten diariamente, como TN y las otras variables del Grupo Clarín. Sino que además pretenden hacernos creer que no toman partido (porque son independientes). De allí que sea tan importante dejar en claro que no hay una verdad transparente y universal, sino que las luchas, las relaciones de fuerzas nos sitúan en una perspectiva en la cual cada uno defiende a capa y espada su concepción de verdad. De allí, también, la necesidad de que se abra el juego de una buena vez. Porque a esta altura, ya no caben dudas que las cosas son hoy muy diferentes a como se nos presentaban años atrás, cuando el conjunto de los medios pretendían mantener a toda costa sus ínfulas de independencia, libertad y neutralidad. Hoy, en la Argentina contemporánea, hay una batalla que ya se ha ganado: la que sitúa a los comunicadores como sujetos políticos, con una línea editorial determinada. En este sentido, la elaboración misma del proyecto de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y su posterior aprobación –tal como destacó Natalia Vineli– logró sacar a la comunicación (y al papel que los medios juegan en la conformación de la subjetividad social) del lugar de “tema para especialistas”, para situarlo en un tema de debate, de polémica, de amplios sectores de la población.
Lo que está faltando, de la mano de la desinversión por parte de los sectores empresariales monopólicos de la comunicación, es una verdadera democratización de la producción y circulación de la información. Por eso es tan importante “acorralar” a los profetas del odio como TN y sus secuaces y efectivizar el reordenamiento del espacio radioeléctrico que la Ley de Medios habilita.
Por supuesto, en un nuevo tipo de sociedad, construida sobre nuevas bases, no sólo estarían en cuestión los monopolios de los medios de comunicación, sino todos los monopolios, y el carácter privado mismo de la actividad económica y social. Pero hasta ahora, luego de la derrota de las experiencias de transformación revolucionaria de las sociedades que dieron todo lo que pudieron durante el siglo anterior, no se ha edificado en  ningún rincón del planeta una alternativa tal.
Lo que sí tenemos es la posibilidad de avanzar sobre cuestiones puntuales. La batalla contra Clarín impone además otro desafío: no avanzar en espejo. Multiplicar las voces no es que no haya una voz sino dos o tres, sino fortalecer la multiplicidad que hoy, tecnología mediante, puede lograr experiencias más que novedosas.
Los dados ya ruedan sobre la mesa. El show televisivo viene dando con fuerza sus zarpazos sobre el sentido común. Es hora de no dejar espacios vacíos, y apostar a que las experiencias periodísticas que pugnan por insertarse críticamente en la realidad (es decir, que pretenden hacerse cargo del conflicto que estructura una sociedad basada en el antagonismo) disputen sentido social en mejores condiciones.

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