Por Mariano Pacheco
La historia de las luchas políticas en Argentina están atravesadas por
los modos en que los sujetos sociales y políticos buscaron trasmitir sus ideas
y acciones y “disputar sentido” con quienes intentaban todo el tiempo
monopolizar la posibilidad de regir el comportamiento social. Durante la
segunda mitad del siglo XX los “medios” fueron adquiriendo cada vez mayor
poder, simbólico, pero también material. De allí que hoy en día el poder de las
“empresas periodísticas” no radique solo en los sentidos que pueda imponer en
la sociedad, sino también en los negocios que pueda o no realizar. El peronismo
entendió bien y tempranamente esta tendencia, y los usos que se hicieron de la
emisora de radio durante el primer y segundo gobierno constitucional de Juan
Domingo Perón dan cuenta de ello. Con su violento derrocamiento, también sus
enemigos dieron cuenta de que habían comprendido la importancia de la palabra
escrita y oral, y hasta prohibieron la sola mención del “tirano depuesto” y su
“difunta esposa”. Fue una de las primeras “muestras” de lo que podían los
“profetas del odio”.
Con el auge de las luchas
populares y sus tendencias revolucionarias, la diputa por la comunicación se
fue acentuando. En este “juego de encontrar linajes”, y “trazar genealogías”
entre nuestras prácticas, nuestros pensamientos y deseos de hoy, con las
generaciones que nos precedieron, no puede dejar de llamarme la atención que en
la disruptiva década del 70, “junto con la idea de ocuparle militarmente los
locales donde están instalados los medios de comunicación del enemigo, surge la
idea de interferírselos”, como explica el Manual Radio Liberación TV de Montoneros.
Manual en el que se explica que “a principios de la década del 70 nace la idea
de interferir la onda de radio y televisión”, y que entonces se fabricó un
pequeño trasmisor “que interfería el canal 13”.
Las interferencias buscaban
“romper el monopolio de la palabra” y “disputar sentido con las miradas
hegemónicas”. Hoy en día las luchas políticas –circunscriptas a las reglas de
las democracias formales– buscan otras formas de “romper el monopolio de la palabra”
y “disputar sentido con las miradas hegemónicas”. Y en su camino se topan con
los nuevos profetas del odio (el ejemplo de la actitud de la empresa Clarín
ante la Ley de Medios es más que clara).
El Canal 13 y TN (que de hecho tienen en gran medida los mismos
trabajadores de la prensa que, en su afán de estrellato aceptan gustosos ser
super-explotados, corriendo de un estudio de televisión a otro), son uno de los
mejores exponentes que hoy en día pueden encontrarse de los nuevos profetas del
odio.
Por supuesto, como otros actores políticos, también la corporación
Clarín comprendió que solo con el odio no se podía construir hegemonía y
disputarla a los otros. Tal vez por eso, junto a su estrategia central de decir
a todo que no, fue encontrando los modos de hacer su emisión un poco más
llevadera.
Es que TN funciona como una especie de contracara del “asno” de
Zaratustra. Nietzsche explica que el asno es el que dice a todo que sí, el que
no puede decir no y, por lo tanto, afirma todo lo existente, sin capacidad de
transformarlo. TN es ese reverso: el que dice no a todo lo que existe en la
esfera de un gobierno con el cual parece haberse declarado una guerra sin
cuartel. Y como el gobierno promovió una plataforma mediática de la “buena
onda” (la capacidad de promover una mirada crítica de ese tipo de periodismo
sería motivo de otro debate, de otro artículo), los profetas del Todo No se
vieron en apuros.
Ellos también, entonces, sintieron que tenían que mostrar gente joven,
no siempre enojada y capaz de reír (otra vez Nietzsche: “la fría risa del
mercado”). De allí que, junto con las miradas catastróficas de los noticieros y
los programas periodísticos centrales, hayan aparecido esas invenciones
patéticas como el “Prende y apaga”. Patetismo que a veces, como olvidando que
una cosa terminó y ha empezado la otra, “contamina” los espacios “serios”,
sobre todo en horas de la madrugada, y entonces los intentos “por irse a dormir
con una sonrisa” –según palabras de Lapegue- aparecen frente a la pantalla del
televisor. Otras veces el negativismo del Todo No se intercala con momentos más
distendidos, que así y todo no dejan de promover el odio. Como el pinocho de
Código político, el programa conducido por Eduardo van der Kooy Julio Blanck
(ese al que “se le pasó” una tapa del diario Clarín, como la del 27 de junio de
2002: “La crisis causó dos nuevas muertes”, y que ahora se presenta como el
“campeón del periodismo crítico”) y otros patetismos que, de no ser porque
sabemos cuánto pueden influir en los televidentes, nos harían morir de risa.
Claro que a veces la razón deja paso a la pasión, y uno no puede dejar
de reírse a carcajadas (es como cuando se lo ve y se lo escucha a Eduardo
Feinmann “peleando” con los muchachos y las chicas de los colegios secundarios
de Buenos Aires que ocupan sus escuelas o cuando condena a los “drogones” y sus
“charutos”).
Pero es una risa momentánea. Porque se sabe –hoy más que nunca– que hay
que hacer un gran esfuerzo para no ser hablados cotidianamente por otros. Ya lo
decía Martin Heidegger, allá por 1933: en el cotidiano, vivimos en “estado de
interpretado”. Porque lo hablado “por” el habla traza círculos cada vez más
anchos y toma un carácter de autoridad. “La cosa es así porque así se dice”,
señala Heidegger en Ser y tiempo. Creemos comprender todo cuando en realidad
repetimos aquello que “oímos”, o que “leímos”… en alguna parte. O que “vimos”,
podríamos agregar nosotros hoy, asediados no sólo por la televisión sino por
las de otras formas de invasión publicitaria. Estas “habladurías” y “escribidurías”,
como raramente las llama este pensador alemán, determinan lo que se ve, y cómo
se ve.
Por supuesto, no es sólo que haya sectores que nos mienten diariamente,
como TN y las otras variables del Grupo Clarín. Sino que además pretenden
hacernos creer que no toman partido (porque son independientes). De allí que
sea tan importante dejar en claro que no hay una verdad transparente y
universal, sino que las luchas, las relaciones de fuerzas nos sitúan en una
perspectiva en la cual cada uno defiende a capa y espada su concepción de
verdad. De allí, también, la necesidad de que se abra el juego de una buena
vez. Porque a esta altura, ya no caben dudas que las cosas son hoy muy
diferentes a como se nos presentaban años atrás, cuando el conjunto de los medios
pretendían mantener a toda costa sus ínfulas de independencia, libertad y
neutralidad. Hoy, en la Argentina contemporánea, hay una batalla que ya se ha
ganado: la que sitúa a los comunicadores como sujetos políticos, con una línea
editorial determinada. En este sentido, la elaboración misma del proyecto de la
Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y su posterior aprobación –tal
como destacó Natalia Vineli– logró sacar a la comunicación (y al papel que los
medios juegan en la conformación de la subjetividad social) del lugar de “tema
para especialistas”, para situarlo en un tema de debate, de polémica, de
amplios sectores de la población.
Lo que está faltando, de la mano de la desinversión por parte de los
sectores empresariales monopólicos de la comunicación, es una verdadera
democratización de la producción y circulación de la información. Por eso es
tan importante “acorralar” a los profetas del odio como TN y sus secuaces y
efectivizar el reordenamiento del espacio radioeléctrico que la Ley de Medios
habilita.
Por supuesto, en un nuevo tipo de sociedad, construida sobre nuevas
bases, no sólo estarían en cuestión los monopolios de los medios de
comunicación, sino todos los monopolios, y el carácter privado mismo de la
actividad económica y social. Pero hasta ahora, luego de la derrota de las
experiencias de transformación revolucionaria de las sociedades que dieron todo
lo que pudieron durante el siglo anterior, no se ha edificado en ningún rincón del planeta una alternativa
tal.
Lo que sí tenemos es la posibilidad de avanzar sobre cuestiones
puntuales. La batalla contra Clarín impone además otro desafío: no avanzar en
espejo. Multiplicar las voces no es que no haya una voz sino dos o tres, sino
fortalecer la multiplicidad que hoy, tecnología mediante, puede lograr
experiencias más que novedosas.
Los dados ya ruedan sobre la mesa. El show televisivo viene dando con
fuerza sus zarpazos sobre el sentido común. Es hora de no dejar espacios
vacíos, y apostar a que las experiencias periodísticas que pugnan por
insertarse críticamente en la realidad (es decir, que pretenden hacerse cargo
del conflicto que estructura una sociedad basada en el antagonismo) disputen
sentido social en mejores condiciones.
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